viernes, 15 de marzo de 2013

Desde el grito libertario de 1844 no ha existido la patria de JPD


21 Febrero 2013, 10:04 PM
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Desde el grito libertario de 1844 no ha existido la patria de JPD
Con la fe y voluntad de Duarte, RD puede lograr un renacer, volcando sus energías en el desarrollo de sus potencialidades
Escrito por: MINERVA ISA (m.isa@hoy.com.do)
Una bandera danzaba al viento. Desde alta mar pregonaba la libertad, la Independencia. Llegaba desde una nueva nación para dar las albricias a su fundador, Juan Pablo Duarte, quien la contemplaba atónito mientras su corazón galopaba al ver el  símbolo de la  nacionalidad que sembró y abonó en la conciencia dominicana, de la patria que al nacer le sería arrebatada.  
La bandera se acercaba, anunciaba el nacimiento de República Dominicana, el país posible pero  que nunca ha sido como él lo soñó, como lo plasmó en su mente e impulsó con sus acciones. 
La patria anhelada, que a 169 años de aquel memorable 27 de febrero de 1844 aguardan hoy ciudadanos deseosos de vivir en una nación  plenamente democrática y soberana, liberada de la esclavitud  de la violencia y de la inseguridad ciudadana. 
—¡Juan Pablo!, gritó eufórico el emotivo    Juan Isidro Pérez.
 __¡Ahí está la Leonor con tu bandera! ¡Nuestra bandera!
  La insignia tricolor que seguirá ondeando con una soberanía mediatizada por   injerencias   externas políticas y económicas. Mancillada por intervenciones armadas, asonadas, dictaduras.
 ¡Nuestra bandera! Qué danzó alegre al reconquistarse la libertad y ser instaurada la democracia, la que, a  medio siglo de existencia, aguarda por gobernantes  y ciudadanos que, siguiendo las huellas de Duarte, vigoricen la institucionalidad,  pongan fin a la concepción patrimonial del Estado.   
Los cuadros  rojos y azules  se definían más al acercarse el velero al muelle de Curazao, pregonando la separación de Haití, el surgimiento de un país que  se unía a la constelación de naciones independientes  de la América hispana.
Euforia. Juan Pablo esperaba ansioso el navío prometido por su familia para regresar, y frecuentaba la playa con los ojos  atados al horizonte, hasta que  el 6 de marzo  Juan Isidro y Pedro Alejandrino Pina otearon el bergantín que iba a buscarlos.
Impelidos por la inmensa alegría,  saltaron sobre cubierta,  confundiéndose en un abrazo con  Juan Nepomuceno Ravelo y Juan Alejandro Acosta, capitán de la Leonor. Radiante  de gozo, Duarte alababa a la Divina Providencia y a los que posibilitaron tal hazaña.
Benditos sean los que han realizado transformación tan gloriosa. Ahora todos debemos propender a hacer que esta libertad sea fecunda en bienes.
Su corazón latió con fuerza al leer el pliego, fechado  2 de marzo, en el que la Junta Central Gubernativa  sintetizaba el magno acontecimiento:
El día 27 de febrero último llevamos a cabo nuestros proyectos. Triunfó la causa de nuestra Separación con la capitulación de Desgrotte y de todo su Distrito.  
La Junta, presidida por Tomás Bobadilla, le encarecía  armas ante la inminente invasión haitiana, entregándole a Ravelo mil pesos fuertes para material bélico,  que  agregarían al obtenido por los exiliados.
Desnaturalizada.  Juan Pablo oía absorto el  relato que Ravelo les hacía, ajeno a que la República sería desnaturalizada. O presintiéndolo,  quizás, al constatar  la hegemonía  conservadora en los firmantes del pliego.
 Los excépticos de siempre que se burlaban de  los ideales de los trinitarios, defensores acérrimos de la soberanía absoluta, de   la independencia pura y simple.
A esa facción les unía un objetivo: separarse de Haití, pero los separaba un abismo en sus concepciones políticas, sobre todo la búsqueda de un protectorado extranjero.
Bobadilla y otros conservadores se aliaron a los duartianos, tomando hábilmente  importantes posiciones dirigenciales, traicionando la orientación ética e ideológica del movimiento.
Nada  sabían de su doblez, de los ocultos planes revelados en una carta del cónsul francés, Eustache Juchereau de Saint Denys, al ministro Guizat el 10 de marzo de 1844, en la que le comunicó  que el  8 de febrero último   Bobadilla le hizo la primera propuesta, la cual recibió “con indiferencia aparente”.
Me solicitó lo que a mi juicio Francia podría exigir de los dominicanos en pago al apoyo y la ayuda que éstos se proponían pedirle. Le hablé de la cesión en toda propiedad y perpetuidad de la casi isla de Samaná…
Antes de nacer.  Negociaban con la patria diecinueve días antes de  proclamarla, tras lanzar  el 16 de enero junto a los trinitarios el Manifiesto de la Separación,  considerado el epitafio de la República duartiana.
El documento, redactado por Bobadilla, circuló en secreto   por todo el territorio, exaltando los ánimos, intensificando la tensión y nerviosismo de los conspiradores, fijando el golpe para la noche del 27.
¡27 de Febrero¡ día memorable, día de inmarcesible gloria, cuánto había sufrido en los doce años que transcurrieron para llegar a ese día brillante en los anales de la patria, exclamará Rosa Duarte,  asegurando que luego de entregarle el pliego,  el comisionado  informó a Juan Pablo  cómo se había despertado en algunos la ambición.
Ambiciones desbordadas,  germen de impenitentes  intrigas como las que hoy emponzoñan la política dominicana, urgida de un ejercicio normado por los principios duartianos.
Independencia. La noche del 27, la oscuridad y el silencio eran cómplices de los conjurados. Ocultando sus trabucos, sables y machetes,  avanzaban sigilosos hacia la  Puerta  de la Misericordia.
 En un instante de vacilación por la ausencia de comprometidos,   la intrepidez de Ramón Matías Mella disparó al aire un trabucazo,  con gran estruendo en la ciudad amurallada.
__¡No, ya no es dado retroceder!, exclamó. 
Su resuelta actitud instó a sus seguidores a ocupar el Baluarte del Conde, donde un duartista, el teniente Martín Girón, comandaba la pequeña guarnición.  
Tensos y ansiosos, ahí les esperaban los capitaneados por Francisco del Rosario Sánchez, quien con un grito vigoroso proclamó la Independencia: “Separación, Dios, Patria y Libertad, República Dominicana”. 
Ordenando el toque de una diana, enhestó orgulloso la Bandera Nacional.
El pabellón de la cruz blanca que hoy flota en un país urgido de  gobernantes celosos de la soberanía, que con pulcritud,  creatividad y  esfuerzo manejen eficientemente la economía, sin plegarse a directrices fondomonetaristas  ni acomodarse a recetas externas inviables. 
Dirigentes que rompan las cadenas de los prejuicios, de las trabas mentales, que  con la abnegación y laboriosidad de Duarte emprendan proyectos de factura local, soluciones innovadoras que venzan los escollos que impiden un crecimiento sostenible y el desarrollo humano integral.
Amanecer esperanzador.  En Curazao, Ravelo  se explayaba en los   antecedentes de la Separación,  facilitada por la mediación de Saint Denys y el regreso de Haití de  los regimientos 31 y 32, integrados por dominicanos.  
La población despertó el 28  a un esperanzador amanecer.  Al abrirse las puertas de la muralla entraban sobresaltados moradores de Pajarito, San Carlos y otras villas, uniéndose al júbilo general.
En el viejo muelle vieron  embarcarse a los invasores, el día siguiente, tras la capitulación del comandante  Henri Etienne Desgrottes. 
Hacia un sueño realizado. Tras la compra de armas en Curazao, Juan Pablo se embarcó hacia  Santo Domingo el 8 de marzo, junto a los demás tripulantes, impaciente y gozoso al pensar que pronto pisaría el suelo de la patria libre.
Por momentos,  escribía en su proyecto constitucional. Pero para el Libertador de los dominicanos ni para el marco jurídico que redactaba, habría espacio.
Otros dominarán el escenario político en el país naciente.
Sorprende visita cónsul francés. Días antes de la  proclamación de la Independencia arribó Saint Denys a Santo Domingo, alegando que  en Cabo Haitiano, donde originalmente estaría, no había alojamiento adecuado por los estragos del terremoto de 1842.
Encubría el objetivo real de su presencia: manejar los hilos de un proyecto de protectorado con dominicanos interesados en constituir el nuevo Estado bajo la tutela de un gobierno extranjero.
Saint Denys había negociado con Buenaventura Báez  el Plan Levasseur, fraguado en Puerto Príncipe  en 1843, y posteriormente pactaba con Bobadilla. De ahí su interés en intervenir ante las autoridades haitianas, convenciéndolas de la inutilidad de resistir para impedir el triunfo de la Separación. 
Los valores
1. Libertad. Don tan excelso que ni el Creador lo restringe  en los seres humanos, dotados del libre albedrío. Un valor que debemos preservar, defender con ahínco como lo hizo JPD con la independencia soberana. Como él, aprendamos a ser libres no siendo  esclavos  de nada ni de nadie, conscientes de que quien vende  su libertad a cambio de  seguridad perderá ambas cosas.
2. Libertad interior. La libertad externa nace de la interna. Nunca seremos libres mientras nos aprisionen deseos ilimitados, pensamientos aflictivos, dependencias emocionales, la opinión ajena, el ansia de aprobación, las corrientes en boga.  La libertad individual se pierde  cuando somos presa de  ambiciones desmedidas  de  dinero y poder, del hedonismo, la   búsqueda insaciable  de placeres que a la postre no llenan el vacío existencial.
3. Libertad y sociedad. El uso irresponsable de la  libertad siempre  repercute en nuestros semejantes, en la familia y la sociedad.  Si abusamos de ella y actuamos conforme a  impulsos y caprichos  sin reconocer límites éticos ni morales,  barreras legales y convenciones sociales, se convertirá en  libertinaje.

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